ENCUENTROS FUGACES
Encuentros esperados y al mismo tiempo sorprendentes,
guíados al encuentro tal vez por una voz, e incluso por el Sol.
A lo lejos, una imagen borrosa se hace carne lentamente, se acerca
y tiembla.
La emoción puede con la timidez, y la soledad ante el teclado
por una vez es sólo sombra. Aquellos invisibles paseos por el aire
tejieron una fina y fuerte tela de araña, atrapando sin querer
el sentimiento que, silencioso, esperaba al abrigo de mil versos
para el alma.
Vuelve la primavera en pleno verano y se posa el temblor en tus manos,
en medio de un mar de asfalto en calma chicha. Te rodean cientos de personas,
y sin embargo tú sólo distingues en las islas a tus naúfragos,
acercándose a ti navegando.
Llevarse algo de comer a la boca, o quizás un cigarro, tal vez mojar
los labios en algún vaso, mirarse y sonreir. Todo vale con tal de remar
brazo con brazo, junto a tus compañeros de naufragio.
Tus ojos, cual pajarillos por primera vez liberados, vuelan de rama en rama, desordenadas sus palabras, de sonrisa en sonrisa hasta reposar
en una cálida mirada.
De golpe, sin previo aviso, anochece. La mente se nubla,
disuelta entre palabras que el tiempo empuja suavemente hacia el adios.
Intentas en vano hilvanar un cesto de breves recuerdos,
a forma de nido o balsa, donde poner a salvo del olvido ese momento.
Y aunque regresas a las sombras, alzas la cabeza por última vez
para volar en la distancia, todavía breve,
guardando en tu retina la gota final de aquel milagro.
Miguel Ángel W. Mawey 11 de Agosto del 2005 ®
guíados al encuentro tal vez por una voz, e incluso por el Sol.
A lo lejos, una imagen borrosa se hace carne lentamente, se acerca
y tiembla.
La emoción puede con la timidez, y la soledad ante el teclado
por una vez es sólo sombra. Aquellos invisibles paseos por el aire
tejieron una fina y fuerte tela de araña, atrapando sin querer
el sentimiento que, silencioso, esperaba al abrigo de mil versos
para el alma.
Vuelve la primavera en pleno verano y se posa el temblor en tus manos,
en medio de un mar de asfalto en calma chicha. Te rodean cientos de personas,
y sin embargo tú sólo distingues en las islas a tus naúfragos,
acercándose a ti navegando.
Llevarse algo de comer a la boca, o quizás un cigarro, tal vez mojar
los labios en algún vaso, mirarse y sonreir. Todo vale con tal de remar
brazo con brazo, junto a tus compañeros de naufragio.
Tus ojos, cual pajarillos por primera vez liberados, vuelan de rama en rama, desordenadas sus palabras, de sonrisa en sonrisa hasta reposar
en una cálida mirada.
De golpe, sin previo aviso, anochece. La mente se nubla,
disuelta entre palabras que el tiempo empuja suavemente hacia el adios.
Intentas en vano hilvanar un cesto de breves recuerdos,
a forma de nido o balsa, donde poner a salvo del olvido ese momento.
Y aunque regresas a las sombras, alzas la cabeza por última vez
para volar en la distancia, todavía breve,
guardando en tu retina la gota final de aquel milagro.
Miguel Ángel W. Mawey 11 de Agosto del 2005 ®
0 comentarios